Miraba mi mano enrojecida que sostenía fuertemente el fusil de asalto CETME del Ejército Español. Eran sobre las cinco de la tarde y hacía una temperatura de unos tres grados bajo cero. Estábamos en Segovia y nos habían llevado a realizar unos ejercicios de tiro a la afueras de la ciudad. El campo estaba nevado y no parábamos de expulsar vaho por nuestras bocas al exhalar.
- ¡Agarrad bien los CETMES! -Gritó el suboficial- ¡Tiro instintivo, los CETMES con la correa alrededor del cuerpo y apuntando de forma instintiva a los objetivos!
A mi lado estaba Julián, el neonazi. Lo miraba y veía que estaba disfrutando, en su salsa, dispuesto a darlo todo en cada momento. ¡Maldito frío! , pensaba, mi mano, casi no la puedo mover.
- ¡Fuego!
Apreté el gatillo a ráfagas y las balas salieron como una exhalación, rápidamente. El cartucho de veinte balas del siete y medio milímetros era nada a la hora de vomitarlas de aquella máquina de matar. De repente unas briznas de tierra saltaron por los aires. Julián me miró.
- ¡Rosillo levanta el arma! -escuché gritar al suboficial.
Yo miré a Julián que estaba a mi lado.
- Se me ha ido a tierra -exclamé.
- Levanta la bocacha -me respondió Julián mientras volvía a apretar el gatillo para soltar las últimas ráfagas de su CETME.
Descargué el resto de mi munición sobre el objetivo y terminamos el ejercicio de tiro. Aquel día fui el comentario de oficiales y suboficiales, el tiro que se me había ido a tierra. Por la noche, de nuevo en la litera, Julián y yo estuvimos hablando un buen rato de lo que había sucedido durante la tarde.
- Mañana voy a Madrid -dijo Julián.
- Me parece bien, qué vas de fiesta.
- No, voy a ver a una persona bastante especial, si quieres puedes venir conmigo.
- Mira Julián -le dije-, sinceramente, me gusta mucho escucharte, todas esas historias que cuentas de nazis en la luna, ovnis. Me parece interesante, quizá porque dices cosas que el común no cuenta, pero no me va nada tu mundo sabes… No creo en esas cosas de neonazis, te lo agradezco de verdad, pero no voy a Madrid contigo.
- Tú te lo pierdes porque te gustaría y mucho, conociéndote…
- ¿A quién vas a ver si no es mucho preguntar?
- Voy a ver a un antiguo soldado de la División Azul, un hombre mayor que le gusta que vayamos a visitarlo y no es neonazi es falangista.
- ¿Un antiguo soldado de la División Azul? -dije sorprendido.
- Sí -respondió afirmativamente Julián.
- No sé, en ese caso… Quizá me interese ir, mañana te lo digo me lo pienso.
- Vale.
No hizo falta mucho pensarlo, al día siguiente estábamos en el tren destino Madrid Puerta de Atocha. Los dos nos presentamos en capital. Julián iba vestido con su característica indumentaria neonazi, con botas militares, tejanos y cazadora de cuero. Aunque yo llevaba una vestimenta normal la gente nos miraba, Julián era demasiado vistoso como para pasar desapercibidos, su aspecto, la verdad, era bastante intimidatorio, si no fuera porque lo conocía y era mi compañero de fatigas en el ejército yo mismo me hubiera cambiado de acera si me hubiera cruzado con él en la calle. Cogimos el autobús y nos fuimos directamente al barrio de Salamanca de la capital madrileña.
- Julián, estamos en el mejor barrio de Madrid, ¿aquí es a dónde vamos a ver a tu amigo?
- Claro, ¿qué te creías que te iba a llevar a un suburbio? -me contestó.
Entramos en un portal de un gran edificio del barrio de Salamanca. El edificio se veía que era de gente de bastante dinero, antiguo, de techos altos y típico del Madrid más castizo. Subimos las escaleras y justo en el primero nos paramos en la primera puerta que nos encontramos a la derecha, no tenía pérdida. Julián llamó a puerta y apareció un hombre mayor de entradas prominentes y pelo cano, de unos ochenta años de edad, delgado.
- ¡Hola majos pasad! -exclamó el anciano.
- Álvarez, este es Pedro, mi compañero y binomio en el ejército -le dijo Julián.
- Hola Pedro, estás en tu casa -me dijo Álvarez.
- Gracias -respondí.
Pasamos los dos a un gran salón adornado con un estilo algo antiguo, los dos nos sentamos en unos grandes sillones.
- Queréis unas cervezas… -preguntó Álvarez.
- Claro, por supuesto -contestamos los dos.
Álvarez nos ofreció las cervezas y se sentó en un sillón al lado nuestro.
- Yo no bebo, si me lo permitís me tomo mi manzanilla que me sienta muy bien al estómago -dijo Álvarez -. ¿Cómo os va en el ejército? ¿Qué tal se van cociendo las habas por ahí?
- Ayer tarde estuvimos en el tiro y a Pedro se le escapó un tiro a tierra -dijo Julián.
- Todos me miraron, hacía mucho frío y las manos las tenía ateridas -intenté justificarme.
Álvarez me miró con una sonrisa sarcásitica. ¡Novato! Creí adivinar en su sonrisa.
- En Madrid también ha hecho frío, ¿a cuántos grados estabais en Segovia? -preguntó Álvarez.
- A unos cinco bajo cero -contestó Julián.
- Ya es frío, sí… Pero, comparado con los veinte o treinta que yo viví en Rusia no es nada todavía -espetó Álvarez-. ¿Y dices que se te fue a tierra?
- Sí -contesté-. Entonces, es cierto que estuvo en la División Azul… -seguí preguntando.
- Sí, estuve -contestó Álvarez mirándome-. En los comienzos de la misión y en el primer ataque de los soviéticos en Krasni Bor.
- He leído algo sobre eso, eran muchos.
- Eran muchos sí, era una contraofensiva soviética que pretendía romper el cerco a Leningrado. Nos lanzaron 50.000 hombres y 100 carros de combate sobre nuestras posiciones.
- ¿Cuántos erais de la División Azul en Krasni Bor? -pregunté.
- Unos 4.500 hombres con armamento ligero, fusilería principalmente. El caso es que el General Infantes los días antes a la ofensiva soviética nos hizo fortificar las posiciones, había movimientos de tropas, de eso estábamos informados, lo que no sabíamos era el alcance de la ofensiva. Hicimos, trincheras, búnkeres, pusimos minas y acondicionamos francotiradores y nidos de ametralladoras alrededor de unos 5 kilómetros alrededor nuestra.
Con lo que me gustaba a mí sentarme al lado de las personas ancianos y escuchar sus relatos, ahora estaba ante un súper relato. Julián me conocía ya algo, sabía que aquella visita me iba a gustar y ahora me sentía mejor que nunca habiendo aceptado su invitación. Así que no quise interrumpir a Álvarez, sabía que tenía ganas de hablar, se le notaba a gusto con la visita.
- El caso -siguió contando Álvarez- que una mañana de febrero nos despertamos con un duro
fuego de artillería. El fuego era muy intenso así que nos imaginamos que la ofensiva iba a ser grande. Nos refugiamos debajo de tierra en los búnkeres que habíamos acondicionado. Aún así el fuego fue tan fuerte que muchos de nosotros caímos. Estuvieron todo el santo día martilleándonos con sus cañones sobre nuestras posiciones. Parecía que no iban a dejar nada con vida, pero se equivocaron, sobrevivimos. Así que cuando empezaron a marchar sobre nuestras posiciones creo que les sorprendimos con el fuego con el que les recibimos. Después de haber machacado cada centímetro de terreno durante todo el día con su fuego de artillería no creían que iban a encontrar nada vivo. Pero sí, allí estábamos nosotros para responderles y por fin pudimos poner caras a los que nos habían estado machacando y jodiendo el día anterior sin poder hacer nada. Qué puedo decir, eran oleadas tras oleadas de soldados soviéticos que rechazábamos. Los tanques afortunadamente muchos se quedaron atascados y los asaltábamos con cókteles molotov. Al final tuvimos que ceder terreno y la ciudad de Krasni Bor, pero el cerco a Leningrado no se rompió con lo cual la ofensiva soviética fue un fracaso.
- Tuvo que ser muy duro, cuántos caísteis de la División Azul en esa batalla… -pregunté a Álvarez.
- El setenta y cinco por ciento de bajas -respondió Álvarez-, unos tres mil hombres de cuatro mil quinientos; pero en el bando soviético las bajas fueron muy superiores, causamos alrededor de treinta mil bajas. Me acuerdo que por la tarde estábamos tan machacados por
tantas ofensivas soviéticas que estábamos divididos en pequeños grupos por toda la línea de frente. Cada grupo se defendía como podía de las oleadas de soviéticos. Yo combatía en un grupo formado por unos treinta soldados en una trinchera. Allí aguantamos lo que pudimos.
- Y fue en esa trinchera en donde esa misma tarde visteis el OVNI -dijo Julián.
- ¿El OVNI? ¿Qué OVNI? -pregunté sorprendido.
- Sí fue allí, aquella misma tarde cuando vimos un plato volador con una cruz gamada encima nuestra. Estaba estático, observando; pero no participaba en el combate, sólo parecía obeservar.
- ¡Una cruz gamada! -exclamé- O sea que era alemán, ya os podía haber ayudado.
- A esa nave redonda no se le veían torretas ni nada parecido para que pudiera disparar. Estaba allí observando nada más la batalla y su transcurso. Llegamos a la conclusión que su labor era simplemente informar al alto mando sobre cómo se estaba desarrollando la batalla para tomar las decisiones oportunas. Al OVNI sólo lo vimos una vez, estuvo como una hora frente a nuestra posición, sin moverse y después se marchó a una velocidad que nunca antes podíamos haber imaginado, no tenía nada que ver con un avión convencional.
- ¿Y no pudo ser un avión? ¿Seguro? -insistí.
- Estaba estático y no tenía alas, no, no era un avión. Además después vi a muchos de estos aparatos.
- ¿Dónde? -pregunté.
- Aquí en España, por supuesto -contestó Álvarez-, pero eso es otra historia.
- Desearía que me lo contaras Álvarez -dije.
- No hay problema, soy ya viejo y quiero que haya gente que transmita todo lo que he vivido que no es poco -contestó Álvarez.
- Álvarez, si no es mucho preguntar a qué se ha dedicado en la vida, porque esta casa es grande y está en el mejor barrio de Madrid -dije.
- Soy Ingeniero Industrial.
- De acuerdo -dije-, ahora me gustaría saber cómo saliste vivo de allí, de Krasny Bor.
- No sin mucho sacrificio. Habíamos quedado en mi grupo como unos treinta soldados. Yo combatía al lado de mi amigo Díaz, un hombre de Cuenca bueno donde los haya. Habíamos salido juntos de España, era mi binomio en la División Azul. Estuvimos combatiendo y cayendo poco a poco oleada tras oleada, hasta que quedamos tan sólo Díaz y yo. A Díaz lo mal
hirieron en el estómago. Hay que salir de aquí le dije. «Yo ya no voy a ningún sitio Álvarez, este es mi día». No digas eso, le respondí, aunque sabía que la herida que tenía era mortal. Veía como estaba sufriendo, un balazo en el estómago además de mortal es muy doloroso. «Vete tú antes que sea demasiado tarde», me dijo. Pero yo no me fui, juntos los dos rechazamos una última oleada de soldados soviéticos. Cuando volví a mirarlo después de haber conseguido rechazar la última ofensiva mi amigo ya estaba muerto, yacía con los ojos cerrados sobre mis piernas. Entonces tuve que dejar su cuerpo y decidirme a salir de allí, no me podía quedar, yo sólo no podría rechazar otra oleada de soldados soviéticos. Así que me aprovisioné de granadas y de munición de los muertos que tenía alrededor mía y salí gritando y tirando granadas queriendo dar la sensación que no estaba solo. Vi como algún soldado soviético salió de su posición aterrado pensando que era una contraofensiva lo que aproveché para abatirlo. Así fue como rompí el cerco que le habían hecho a mi grupo y pude llegar al grueso de las fuerzas de la División Azul poniéndome a salvo.
- La verdad es uno de los testimonios más impresionantes que he escuchado -dije.
Mi compañero Julián me miraba con una sonrisa, también había disfrutado con el relato aunque suponía que para él no era la primera vez que lo escuchaba.
- ¿Crees ahora que los nazis están en la luna y que fabricaron naves espaciales? -me preguntó Julián.
- Si lo dice Álvarez que vio un platillo volante nazi pues estoy mucho más cerca de creérmelo -contesté.
- ¿Quieres ver algo que te va a gustar? -me preguntó Álvarez.
- Por supuesto -respondí.
- Vamos a una habitación donde guardo algunos recuerdos.
Entramos en una gran estancia de la casa. Se veía que era una estancia secundaria de la casa que bien podía haber sido un dormitorio, en su lugar había vitrinas, trofeos, títulos. Había varias vitrinas, en una había un uniforme azul de falangista y en la otra bien planchado aunque con algunas roturas había un uniforme del ejército alemán con la bandera de España en el hombre.
- ¿Este uniforme…? ¿Este uniforme fue el que llevabas en Krasni Bor? -pregunté aunque casi me sabía la respuesta.
- Ese uniforme lo llevaba en Krasni Bor y en toda la campaña de Rusia.
- ¿Podría tocarlo? -dije impresionado.
- Por supuesto, si eso te hace ilusión…
Álvarez abrió la vitrina y me dejó espacio para que pudiera tocarlo, cosa que hice pensando que estaba tocando un trozo de historia de España y universal.
- ¡Es increíble! -exclamé- Me parece alucinante poder tocar algo así, un uniforme de la División Azul que combatió en Rusia.
Álvarez, a mi lado, lo veía sonreir satisfecho de verme tan impresionado por la experiencia.
- Después te digo dónde vi los OVNIS en España.
Continuará.
Buena y muy interesante historia. Gracias por compartirla Pedro